Parece mentira que personajes salidos del imaginario creativo de Mariscal puedan transmitir tanto, o más, de lo que lo podrían haber hecho dos protagonistas de carne y hueso. Lo que Rita y Chico nos hacen sentir, junto a la música de Bebo Valdés, y gracias a las diferentes limitaciones que plantea una producción de este tipo frente a los problemas que pueden surgir con actores, espacios y situaciones reales, es un amable toquecito en el alma, lleno de ritmo, sabor y, sobre todo, color. Si bien nueva para mi, ya que no estoy acostumbrada a ver historias tan adultas explicadas a través de animaciones, tan rígidamente ligadas al género infantil, la experiencia ha sido preciosa y la sorpresa muy grata. Existen historias como las que cuenta, por ejemplo, Miyazaki, experto en el anime nipón, cuyas películas bien pueden entretener a niños, bien pueden dar lecciones morales a no tan niños, cosa que no ocurre en el film de Trueba, cuyo público no es en ningún caso parecido al del principal del maestro japonés. La historia entre Chico y Rita es una historia adulta dirigida a un público de la misma índole, capaz de interpretar, entender y, en consecuencia, disfrutar, objetivo principal y necesario en toda buena experiencia cinéfila.
P.S. ¡Suerte para Chico, Rita, Fernando, Javier, Tono y compañía en los Oscar!
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